Hanns Scharff, el amable interrogador nazi 

Durante la Segunda Guerra Mundia, muchos pilotos aliados –capturados en territorio alemán fueron llevados a Dulag Luft, un campo de detención de prisioneros de guerra y unidad de interrogatorios de la Luftwaffe cerca de la ciudad de Oberursel.

 

Allí eran confinados en celdas de aislamiento. A pesar de las recomendaciones de la Convención de Ginebra, les esperaba un trato duro. Podían enfrentarse a que les arrancaran las uñas.

 

Pero los pilotos se sorprendían al encontrarse al Obergefreiter (rango del ejército alemán) Hanns Scharff, que hablaba un inglés fluido gracias a su experiencia como empresario en Sudáfrica antes de la guerra.

 

Interrogador autodidacta, Scharff usaba la conversación amable en lugar del castigo físico para lograr que los prisioneros aliados revelaran algo más que los habituales nombre, rango y número de serie.

 

Comenzaba siempre haciendo sus deberes meticulosamente: antes de empezar una sesión de interrogatorio, revisaba toda la información disponible, y se familiarizaba con las circunstancias personales y de servicio del piloto en cuestión.

 

El método Scharff, si puede llamarse así, se basaba en la premisa inicial de que era mejor cooperar con la Luftwaffe en lugar de ser tratado como espía y entregado a la Gestapo, la policía secreta. Aunque algunos prisioneros mantuvieron la boca cerrada, Scharff se rehusó con firmeza a la coerción física.

 

Según el relato de quienes fueron interrogados por Scharff, el oficial alemán le daba la vuelta a la relación normalmente hostil entre interrogador e interrogado, y conducía sus sesiones con paciencia y suavidad. Incluso aparentaba ser el mejor amigo de sus interrogados y organizaba actividades especiales fuera del campo de prisioneros.

 

Una vez, permitió a uno de los aliados pilotar un caza alemán. También se aseguraba de que los retenidos compartieran las abundantes comidas de los pilotos alemanes, que recibieran tratamiento médico y que visitaran el zoológico local. Algunos prisioneros incluso disfrutaron de platillos preparados por la esposa de Scharff.

 

Después de comprometerse a no hacer ningún intento de escapar, los prisioneros podían realizar paseos por los bosques de Oberursel, con Scharff como acompañante y guía. Deambulando entre esos senderos al aire libre, conversaban sobre la flora y la fauna, o sobre otros temas ligeros, como por ejemplo, las costumbres sociales de estadounidenses y británicos.

 

Los exprisioneros no recuerdan haber discutido nada que tuviera alguna relevancia militar con Scharff, pero en realidad, el alemán estaba todo el tiempo dirigiendo un informal, pero sistemático interrogatorio y recolectando información útil de inteligencia.

 

Los interrogados llegaban incluso a revelar sin darse cuenta detalles sobre regímenes de entrenamiento, planes de operaciones, datos sobre armas, bombas, capacidad aérea, maniobras tácticas, indicativos y frecuencias de radiocomunicaciones.

 

 

Scharff, por su parte, afirmaba que haciéndose amigo de los prisioneros de guerra podía obtener información de 90% de ellos. Esta era una afirmación audaz, pero lo cierto es que Scharff era un muy buen interrogador.

 

Después de la guerra, se instaló en Nueva York y pronto comenzó a asesorar al Pentágono, dando clases de técnicas no coercitivas de interrogatorio para agencias de seguridad e inteligencia.

 

En la actualidad algunos interrogadores estadounidenses han revivido el interés en la experiencia de Scharff en la Segunda Guerra Mundial

 

Según las cifras oficiales, durante la guerra Scharff interrogo a poco más de 500 prisioneros, logrando obtener información relevante de alrededor de 450 de ellos.